martes, 16 de julio de 2013

Palabras con sabor a muerte.

"Esto es lo que les pasa a quienes intentan hacerse con las riquezas de Thal'Kurash."


Veinte años al servicio de la guardia de aquel al que llamamos Rey... Veinte años matando por el, sangrando por el... Veinte años sin vida.

Mi espada ha servido con lealtad a este Reino desde el día de mi nombramiento. Antes de eso solo era un mercenario más. Un asesino que mataría a quien fuese siempre que recibiera el dinero acordado.

Maldigo el día en el que dejé aquella puta vida. El día en el que me obligaron a elegir... El día en que no morí. 

Recuerdo ese momento con total claridad. El gusto a sangre en la boca, el agua de lluvia cayendo por mi cabeza sucia, el barro, las espadas que me apuntaban desde arriba, y las palabras del caballero de armadura plateada: Si quieres vivir servirás a la guardia real, si intentas huir, luchar, o cualquier cosa morirás. Hay arqueros en el tejado de aquella posada, una docena de guardias más al rededor de los que ya ves y una recompensa bastante jugosa para los mercenarios como tú...

Como un cobarde acepté la oferta del caballero. Un hombre debe pagar cada uno de sus pecados. Yo cometí cientos de ellos antes de ser parte de la guardia real... y miles más siendo parte de ella. 

Aquél era mi precio, la vida. Pero los dioses saben que deseé dejarla en cientos de ocasiones. Los crímenes que se cometen bajo la orden de un Rey siguen siendo crímenes... No hay distinción entre un Rey, el dueño de un burdel, un noble con una esposa ligera de faldas... Todos son iguales, todos merecen el mismo respeto. Desgraciadamente esa no es la visión que tiene el Rey.

Entre mis crímenes más horribles, destacaría el asesinato de unos niños a los que debía silenciar por haber visto demasiado. Recuerdo sus caras de miedo al verme rajar el cuello de su madre... El niño fue fácil de cazar, estaba gordo y no era nada ágil. Su hermana sin embargo, me dio un par de problemas. Uno de ellos fueron los gritos que daba. Por suerte nadie la oyó. Pero sin duda, lo que más me costó fue agarrarla. Corrió por toda la casa, se deslizaba por debajo de la mesa, tras las escaleras de madera que subían a las habitaciones, tiraba cosas con intención de darme y hacerme huir... Sin duda alguna, era una fiera. Seguro que con el adiestramiento correcto sería una gran soldado.

Finalmente la atrapé. Ella no paraba de llorar, de revolverse y de lanzarme mordiscos. Aún conservo una cicatriz en la mano izquierda de sus pequeños dientecitos. Es un recuerdo que me gusta tener. Me recuerda lo malo que he sido, y me asegura un lugar bastante acogedor en el más profundo de los infiernos. 

Recuerdo que la agarre fuerte y le susurré al oído: Tranquila niña, pronto estarás con tu madre y con tu hermano. Esto no es más que un trabajo. Y tu no eres más que una piedra en el camino de algún desgraciado con dinero, pero te prometo que él pagará, al igual que pagaré yo por haberlo hecho.

Acto seguido le rajé la garganta. Lo mas doloroso de arrebatar una vida es cuando notas como se va para no volver. Y yo noté como se iba su vida entre mis manos. Noté como la presión que hacía con sus mandíbulas desaparecía de repente, como sus pequeños bracitos dejaban de moverse y como los gemidos cesaban... 

Casualmente, años mas tarde, el destino quiso que aquel noble con tendencias sexuales mal vistas, fuese el objetivo de otro con más dinero. A él lo maté con gusto. Le obligué a mirarme a los ojos mientras lo abría en canal y lo dejaba desangrarse en la cara alfombra que tenía en la habitación en la que dormía.

Aquél caballero conocía todos mis crímenes, todos los que cometí como sicario y los que cometí como hermano de la guardia real.

Fue casi como un hermano para mi. Se dice que al entrar en la guardia todos son hermanos. No es cierto, todos nos mataríamos entre nosotros si el Rey lo hubiese ordenado. Los hermanos no hacen eso. Argos no era así. Él realmente era mi hermano. Luchamos en mil batallas juntos. Nuestras espadas acabaron con miles de enemigos. Su espalda contra la mía... Sus ojos me guardaban, los míos hacían lo mismo. Tengo heridas que le pertenecían a él, y él tenía heridas que iban destinadas a mi. 

Durante los cuatro años de entrenamiento fue el más duro de los instructores. El más hijo de puta. Pero una vez que me nombraron caballero de la guardia, Argos se convirtió en mi hermano. Lo único que tenía y valoraba en esta vida. Las guerras que libramos juntos, las heridas que nos cosíamos el uno al otro, las flechas que atrapábamos con los miembros para evitar la muerte del otro... Todo aquello era nuestra vida. Sin duda alguna, puedo afirmar que quería a Argos. Era lo único que tenía. Y ese al que llamamos Rey lo envió a una muerte segura.

Nunca le perdonaré haber ido a aquella batalla sin mi. Sabía perfectamente que no volvería y aún así quiso ir. Era la orden del Rey, me decía. 

Un verdadero Rey no manda a la muerte a quienes le protegen. Y Argos y yo eramos sin duda los dos mejores guerreros de su ejercito. Por eso me prohibió ir con el... Alguien debe cuidar del Rey, me dijo.

¿Cuidarlo? El ya tiene a sus putas, a sus cocineros, y a sus lameculos para que lo cuiden... Mi sitio estaba junto a él, en el campo de batalla. La sangre y el acero era nuestra vida.

Semanas más tarde llegó la cabeza de Argos en un cajón de madera con bordes dorados y cientos de monedas de oro y joyas dentro. Donde tenía los ojos, ahora tenía dos rubíes enormes. Junto a su cabeza había una nota manchada de sangre: Esto es lo que les pasa a quienes intentan hacerse con las riquezas de Thal'Kurash.

Me presenté ante el Rey arrastrando el cajón. Intentando no soltar una lagrima frente a ese hijo de puta. Estaba comiendo cerdo asado y bebiendo vino cuando me arrodillé frente a él. Al abrir el cajón cogí la cabeza de Argos y la levanté para que la viera...

Esto es por lo que ha muerto, su alteza. Por estas piedras y estas monedas es por lo que ha muerto Argos, vuestro mejor hombre, vuestro mejor caballero... Mi hermano. 

Acto seguido los guardias que estaban junto al trono me apuntaron de cerca con sus lanzas. El Rey me miró con odio y se mordió su envenenada lengua porque sabía que no podía acusarme de mentir. Pero podía desterrarme, y así lo hizo. 

Ahora vuelvo a ser un mercenario, un hombre sin pasado y sin futuro. Un hombre que mataría a un Rey por dinero, o por placer... Y juro sobre tu tumba, Argos, que ese Rey un día caerá de su trono y me mirará a los ojos mientras rajo su cuello. Porque la palabra es lo único que tengo, y debo conservarla.