lunes, 10 de abril de 2017

Ciudad de demonios.

"Aún no sé que es lo que me ha traído hasta aquí. Quizás mis actos, quizás mis pensamientos, o quizás un deseo interno de pertenecer a algo mayor que yo mismo."

Mirando atrás veo muchos errores. Veo muchas palabras y actos que no debían haber existido en esos precisos momentos. Pero por desgracia, el pasado es inalterable. 

Dicen que nuestros actos nos definen. Ojalá no fuese así, porque la definición que tengo de mi mismo no es muy agradable. Mis actos no eran agradables.

Problemas de alcohol, drogas, peleas en bares, adicción al juego... Aunque todo eso quede atrás en el tiempo, casi borroso en algunos momentos, siempre está ahí. Siempre estará ahí.
Es parte de mi, como mi sangre. 

Intenté ser un hombre diferente, intenté reiniciarme, intenté inventarme otra personalidad que cubriese quien era, quien soy. Esa persona a la que odio desde que la conozco, desde que sé lo que ha hecho. Pero no hubo forma de mantener esa máscara. Es algo que pesa demasiado, algo que cae por su propio peso, dejándote desnudo frente a quienes intentas no defraudar, exponiendo tu verdadero yo. 

Estaba agotado de fingir. Sentía que cada vez que intentaba ocultar quien soy, hacía más y más daño. A mi, a los demás. Y ser yo mismo no era la solución. ¿Qué podía hacer? Estaba entre la espada y la pared. Y esa espada estaba demasiado afilada, y cada vez más cerca.

Me hablaron de un sitio para gente como yo. Un sitio sin nombre. Sin ley. Un lugar donde se juntaba lo peor de lo peor. 

De primeras puede parecer una prisión, o algo similar. Pero no es así. Es el sitio más libre del mundo. Yo la llamo ciudad de demonios. Un lugar horrible para gente normal. Un lugar normal para gente horrible. Mi lugar.

Cada día se crean nuevas alianzas, también se generan nuevas disputas. Siempre hay algún herido, o muerto. No hay orden de ningún tipo. 

Al principio me costó acostumbrarme. Era un sitio muy hostil, sobretodo con los recién llegados. Por suerte, mis sucias y patéticas peleas en bares sirvieron para algo. Tienen una jaula enorme a la que llaman "la caja roja". El nombre le viene como anillo al dedo. Al terminar cada pelea, está teñida de rojo por la sangre de alguno, a veces de varios.

Las peleas ahí son como puedes imaginarlas. Todo vale, y solo se sale cuando uno de los dos está en el suelo, al menos inconsciente. Aunque si está muerto, mejor.

Los afortunados supervivientes gozan de una pocilga a la que llaman habitación, de una comida asquerosa a la que llaman última cena, y la compañía de alguna mujer, mayormente infestada de enfermedades. 

No pienso mucho en ello, pero a veces me pregunto si de verdad debo estar aquí. Si este es mi verdadero lugar. No me considero mejor que ninguno de los que hay aquí. Así que nunca le doy demasiadas vueltas. Pero a veces deseo algo diferente. Algo normal. 

Esos pensamientos desaparecen rápidamente cuando suena la campana. La campana de la siguiente pelea. 

Es mi turno. Esta es la número cuarenta y ocho. Espero salir vivo. Así podré volver a pensar en eso que deseo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario